viernes, 10 de septiembre de 2010

El Norte, pero al Sur.

Verano, un día cualquiera. El cielo se ha roto hace ya dos días y no deja de sangrar gotas de lluvia, incesantemente. Es agosto y a mediodía no superamos los 20 grados centígrados. El río Ísar recorre la ciudad crecido, con un caudal que asusta. A pesar de todo, no hay apenas charcos. ¿Será porque en el resto del mundo se hacen las cosas bien, y no como aquí?

Múnich, Baviera. Estamos en el sur, pero el clima y los paisajes más parecen propios del norte. Será porque a España la dejamos atrás, a dos horas y pico de avión, y aquí la lógica de la orografía y la climatología es otra radicalmente diferente. El sol está de vacaciones, así como algunos límites de velocidad. La autopista es una sucesión divergente de abetos. En el horizonte se adivinan los Alpes, majestuosos e imperturbables, siempre en pugna con las nubes, aserrándolas con sus dientes de sierra, hiriéndolas de muerte a todas y cada una, exprimiéndolas hasta la última gota. La frontera con Austria está al otro lado, pero nada cambia. Misma gente, mismos paisajes, mismo (y envidiable) nivel de vida...

Como si de un caso de especulación inmobiliaria precoz se tratase, precursor del Pocero y Nueva Seseña pero en materia de cultura, damos con la ciudad de Mozart. Todo recuerda a él, al mito que fue, a su genialidad. La casa donde nació, la casa donde vivió... Desde licores hasta una plaza con su efigie. Si hubiese nacido en el siglo XXI se hubiera podrido en OT o Factor X, menos mal que los genios saben hasta cuándo deben nacer. De ahí al lago Wolfgang, por Amadeus. A cualquier cosa le llaman playa, aunque el clima es pegajoso y húmedo. El paisaje no tiene precio, ni palabras para ser descrito, lo mejor es ir y no ensuciarlo con palabras.

El cielo sigue hecho girones. Nos perdemos entre castillos reales y pueblos de ensueño. El espíritu del Rey Loco, Luis II de Baviera, nos persigue allá por donde vamos. Las fachadas cobran vida. Blancanieves compadrea con Peter Pan mientras los tres cerditos se van de excursionismo con Hansel y Gretel. Las brujas malvadas acecharán hasta el infinito, aunque impotentes porque jamás alcanzarán su objetivo. Los cisnes tienen un castillo dedicado por el mismísimo rey, el último de los monarcas que reinaron en tierras bávaras. Blanco y radiante, se muestra como un puzzle que compras ya resuelto para mayor deleite de los sentidos. Neuschwanstein. Tan bello como impronunciable. Imperturbable ante el inacabable gris del cielo. Impresionantes sus vistas al valle infinito.

Nos vamos a un jardín inglés que tiene una torre china en la que se celebran típicas comilonas alemanas. El nudismo no está prohibido y total, para una vez que sale el sol con cierta intensidad hay que aprovechar. Una de las torres de la Frauenkirche está en obras y no es lo único que aparece repleto de andamios. Me cabrea pero qué le vamos a hacer. Se compensa con otro medio litro de cerveza y salchichacas a escasos metros del Neues Rathaus. Y con la promesa de volver algún otro día, a recuperar las fotos que no pude hacer y las excursiones que dejamos en el tintero. Además, los parques son tan apetecibles, da tanto gusto perderse por ellos... El mundo al revés: ellas hacen más deporte que ellos. Y descubrimos por qué en atletismo apenas destacan: el trote cochinero les delata. Tanta cerveza...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo me suena... lo habré soñado...

Bueno pues gracias por una nueva entrada, esta me pilló de sorpresa y no me ha decepcionado.


Telecoman.