lunes, 17 de mayo de 2010

Bélgica y el síndrome de Stendhal (crónica del viaje capicúa).

Un jueves cualquiera, sin planificación ninguna. 5 y pico de la mañana. Vuelo de Ryanair con destino a Bruselas-Charleroi. Caras de ilusión, cansancio y sueño. Ahí empezó todo. Lo bueno y los sustos.

Al final va a resultar que España no está tan mal. El transporte y la infraestructura que conecta el aeropuerto con la ciudad de Charleroi y ésta con la capital, Bruselas, deja algo que desear. Vale que no sea céntrico ni neurálgico, pero quizá sus usuarios merezcan mejor suerte. Para colmo nos vendieron los billetes de tren equivocados. Resultado: multazo en el tren e invalidación de nuestro ticket. ¡Pues empezamos bien! La periferia de Bruselas desde el tren nos muestra, en general, un panorama lejano al idílico de cualquier país del Benelux. Más parecía que llegábamos a Santa Eugenia o Pitis. Bajón...

Llegada a Bruselas. Dábamos por perdidos 75 € sin haber ni siquiera deshecho las maletas. Pero un par de caras de pena y una enorme expresión de turistas perdidos obraron la remontada. Multa devuelta y un nuevo pack de 10 viajes en tren, ¡y encima nos devuelven 18 €! Subidón...

Dejamos los equipajes y nos dedicamos a recorrer Bruselas. En pocos minutos Todo Lo Malo nos es compensado con creces: la Grand Place se erige ante nosotros, majestuosa, preciosa, casi mareante. A partir de ahí, todo valía. Manneken Pis, Catedrales góticas, el Palacio Real, el de Justicia, jardines de ensueño... Pero la extraña sensación de que no estamos en una ciudad acogedora. No parece la capital de Europa, como nos la vendieron. Aún así merece la pena perderse por su centro histórico.

El Atomium asoma camino de Lovaina, como diciéndonos: "Eeeh, no os olvidéis de mí". Tranquilo, no nos olvidamos, compañero. Tan brillante, moderno y orgulloso, ¿cómo vamos a perdonarte la vida? Pero primero tenemos un país entero que recorrer. Lovaina nos asombra con su Ayuntamiento, una fachada apuntada y recargada hasta el extremo, espléndida, con su Grote Markt respectiva. Calles acogedoras que me recuerdan a Amsterdam y un ambiente universitario saludable. De lo mejor para vivir. De lo mejor para visitar. De lo mejor para ir de fiesta.

Brujas y Gante... Gante y Brujas... ¿Con cuál quedarse? Dos ciudades que parecen emerger de entre sendos cuentos medievales. Stendhal, al que pude mantener a raya tras la visita por Bruselas, acecha ahora tras cada esquina, amenazándome con dejarme tieso al doblar la siguiente esquina. Brujas, canales, torres sin fin, plazas majestuosas, cuento de hadas... Gante, catedrales que harían cosquillas al mismo Dios si existiese, muelles preciosistas, un Van Eyck convertido en escultura, espíritu medieval... El subidón hace cumbre.

Amberes, también esplendorosa, sobre todo por su enorme catedral, la mayor de Flandes. Y por su plaza mayor, con fachadas que llenaban de color hasta el cielo más gris que nos encontramos hasta la fecha. Bandas de música que nada tenían que envidiar a tanto subproducto de OT (más bien todo lo contrario). La estación de tren, otra preciosidad, tanto por dentro como por fuera.

De Flandes a Valonia. Lieja y Namur. Lieja sorprende nada más llegar. La estación tiene la inequívoca firma de Santiago Calatrava: mucha luz, predominio del blanco y formas casi imposibles. La catedral, emblema de la ciudad (tampoco estaría de más que la pasaran un paño, porque mierda tenía para regalar) y algunas cosas más. Desde luego sale perdiendo comparada con lo demás. Namur: interesante y acogedora. Vistas increíbles de la ciudad desde lo alto de la Ciudadela, el Pont Des Jambes... lo más flamenco de la parte no flamenca del país.

Y mucha cerveza, y mucho chocolate. Que no falte. Y patatas fritas (sí, esa es la comida típica). Y retrasos en el tren (da lo mismo, no tenemos prisa). Nota: nunca tratéis de colaros en el tren, os pillarán fijo, el revisor pasa sí o sí. Otra cosa es el Metro...

Último subidón: lunes por la mañana. Cumplimos la amenaza. Vamos a por el Atomium. Sesión de fotos final, hay que quemar las últimas naves. El viaje ha sido tan bonito... Cada foto nos acerca más al fin, Stendhal por fin parece que nos dejará volver a nuestra rutina diaria en Madrid. Pero el volcán islandés aún tenía cosas por decir. Tren Bruselas-Charleroi, una última mirada atrás, nos despedimos de todo un país. Comienza el bajón...

Llegada a Charleroi, donde todo empezó y donde se debía librar la última batalla. Nuestro vuelo se va quedando sin puerta de embarque. Retrasos, cancelaciones, mosqueos... Valladolid, Sevilla, el de Madrid de las seis y media... cancelados, "due to bad weather conditions". En ese momento me acuerdo de Islandia y del señor que le puso el nombre al maldito volcán. Bajón...

PD: Al final, y con casi 5 horas de retraso aparecemos por Madrid-Barajas. Las mismas caras de ilusión, cansancio y sueño que hace 5 días. El viaje capicúa llegó a su fin. Bélgica y Stendhal aún me sobrecogen, aunque ahora en diferido.