viernes, 25 de septiembre de 2009

Paísss (Parafraseando a Forges)

Martes, 22 de septiembre. He vuelto a fracasar. A 100 metros de la meta. Se veía venir: si lo único de lo que eres capaz en un examen es poner tu nombre (y a duras penas) significa que la cosa está muy dura, como diría Nacho Vidal. Resultado: 4 aprobados y el resto, hasta unos 60 alumnos, con cara de tonto. Unos más que otros. Y yo más que los unos. Otra tropelía más que añadir a una larga lista de jugarretas (entre ellas, un par de suspensos con 4,9). El cabreo despierta.

Tras conversar con un profesor llego a la conclusión de que en realidad les importo lo mismo que un trozo de mierda en pleno centro de la Castellana. Que mejor acudir al Tribunal y que él decida si me licencio ahora o el año que viene. Siempre es mejor eso que preocuparse del alumnado y molestarse en orientarle. ¿Hacerle la vida más fácil? Ya ves tú, con lo bien que se vive en el despacho sin tener que soportar, ora a los mocosos de segundo año, ora a los números de matrícula (en ocasiones muy) por debajo del 21.000. El cabreo aumenta considerablemente.

Está bien, reconozcamos las cosas: disto mucho de ser un alumno modelo. Unas veces por incompatibilidad de horarios y otras porque la carne es débil y sucumbe fácilmente. Pero el esfuerzo está ahí y nadie puede negarlo. Podría haber hecho más por un lado, pero posiblemente me condenaría por el otro (hágase el símil siguiente: tratar de taparse con una manta pequeña; si te tapas la cabeza no te llega a cubrir los pies y viceversa). Y yo no soy uno de esos cerebritos que avanzan a curso por año o que acaban en 7 u 8 años, especímenes estos bastante raros de encontrar, por otra parte. Y para colmo, vivo a 45 minutos de cualquier parte, por lo que cualquier esfuerzo suplementario implica casi 2 horas de más en el transporte público. Pero eso ellos no lo saben, y no les importa lo más mínimo. Con lo que el cabreo ya tiene dimensiones casi históricas.

Pero es normal: nadie nos valora. Somos unos desgraciados. Construimos, dirigimos, nos jugamos la cara ya desde la época universitaria, luchamos contra todo y más. Y nadie nos lo reconoce, salvo que te llames Florentino o te apellides Villar-Mir, por ejemplo. Pero nos da lo mismo. Nuestro trabajo, nuestro mérito y nuestro orgullo nos lo quedamos para nosotros. Dejemos que los focos atonten y confundan a los mediocres mientras que los demás trabajamos y sacamos las castañas del fuego.

Asistamos, pues, al lamentable espectáculo que presenta nuestro amado país. La clase dirigente pierde la vergüenza al ritmo que se pierden los empleos. Algunos dan clases de política internacional y se olvidan que tienen lo nacional hecho unos zorros. La oposición culpa al gobierno, éste a la crisis, ah no, que no hay crisis, pues la culpa es de la oposición. Finalmente se decide que la culpa sea de las nubes por no llover todo lo que debían y todos hozan y se revuelcan de alegría en su propia charca. Antes muerto que abandonar el sillón, escaño o cualquier otro artefacto que dote de notoriedad.

Sigue considerándose “Fiesta Nacional” coger a un toro y atravesarlo con lanzas y/o apalearlo hasta la muerte. O prenderle fuego a las astas y echar a correr delante de sus narices. Si eso lo hiciéramos con perros o gatos, seguro que pensaríamos que es una atrocidad, pero como es un toro y “total, si no es en el campo, lo iban a matar en una plaza”, pues da lo mismo. “Si los crían para eso”, grita un intelectual con boina. ¿Seguro que el toro no preferiría aparearse regularmente con una vaca y comer pasto hasta reventar?, me pregunto yo.

Y con tanto nivel intelectual es normal que afloren personalidades de tercera con sueldos de primera. Ahora la heroína es una señora que en su día se la chupó a un torero y lleva viviendo de ello desde entonces. ¿Estudios? No, gracias. Con los modales más exquisitos que se hayan exhibido nunca demuestra a todo el que ve Tele5 que ella no es una amante despechada mientras los intelectuales con los que comparte plató apoyan sus argumentos con refinadas sentencias. Alguien llama “hijo de puta” a un tercero, se responde con un sonoro “pedazo de mierda”, dos se levantan y se castigan el costado a base de puñetazos y patadas, todos gritan como simios en celo y los dirigentes de la telebasura se frotan las manos. ¡Otro puntito de “share” al bolsillo! Los bufones de la corte siguen cumpliendo su labor, varios siglos después.

Los futbolistas hacen su agosto en España. Dinero no hay, pero si se trata de fichar al mejor jugador de la Polinesia Francesa se hace lo que sea. ¡Faltaría más! Y “cuanto más dinero cobro, más contento estoy de pertenecer a un club histórico como éste”… Vale, me gusta el fútbol, no pienso negarlo, pero… ¿es necesario pagar tanto dinero a señores cuyo único mérito es darle patadas a un trozo de cuero? Debe ser que sí, visto el caché de la famosa “ex” del torero, del hijo de la afamada folclórica o del vecino del amante del cuñado de aquel talentoso concursante de cierto concurso de televisión (que emite Tele5, ¡faltaría más!).

Y mientras tanto, la gente que realmente merece la pena, haciendo cosas que realmente valen. Porque el número 10 del equipo de fútbol no sabe de estructuras ni hormigones, ni la “ex” del torero tiene ni idea de telecomunicaciones o programación. A esos les va más la mediocridad en directo, el anonimato a medio plazo y la desgracia posterior, mientras lo nuestro es el trabajo sin hacer ruido y la satisfacción de no ser los bufones de la corte.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El fin del mundo y otros desastres.

No se hablaba de otra cosa en la calle. Se acercaba el final. Era el apocalipsis. La gente oraba por sus almas y buscaba refugio en catedrales, sinagogas, mezquitas... e incluso pagodas, por más que el camarero del restaurante chino se empeñase en explicar a todos esos pecadores que El Buda Feliz no contemplaba por el momento oficiar misas religiosas y sí menús a domicilio por 6 €.

Se acercaba el día fatídico: el nueve del nueve del (dos mil) nueve, 9-9-9, que al revés significa el 6-6-6. Dígitos éstos que, por mucho que se empeñe Florentino, no significan sistemas válidos de juego para el Real Madrid. En cambio simbolizan el parto (por los pies, intuía yo) del Anticristo y el advenimiento del fin de los tiempos. Ya era tarde para arrepentirse. La crisis, la gripe A, la gripe B, la normal, los impuestos, el paro, el (des)gobierno de ZP... Todo eran indicios en torno a lo mismo: nos vamos a cagar la pata abajo! Todos esos pecados cometidos en tiempos de bonanza serían pagados con creces: meter en la hipoteca el DVD grabador, el coche y hasta la tele del cuarto de estar; mear fuera de la taza y echar la culpa al suegro; comprarse un Fiat cuando todo dios sabe que son una mierda; ver un especial de Ana y los 7 en el que Ramón García sale desnudo de una tarta; atropellar a aquella pobre anciana con el coche de tu padre y después darse a la fuga; votar a IU... Todo eso lo sabe Él y ahora toca resarcir el daño provocado.

Amanece el miércoles 9 del 9 del 9. El calor aprieta. Sin duda está aclimatando la ciudad para encontrarse a sus anchas. Tenía previsto acudir puntualmente el 6-6-6, pero Lucifer decidió retrasar la fecha ya que el 6 de junio de 2006 le parecía una fecha demasiado previsible y que no tendría gracia porque la gente se lo esperaría. La gente colma los intercambiadores y los vagones del Metro, presa del pánico. Yo, sin nada que temer, decido vivir a tope mis últimas horas de vida. Y como claro ejemplo de ello decido aparcar mal en un Vado Permanente, en señal de rebeldía. Y sin poner los "warnings", con dos cojones! Después me cuelo en el autobús y enfilo la calle Huertas en busca de carne fresca. Mañana hay examen... y me la suda! Total, se acaba el mundo esta noche... Jamás había incumplido tantas normas de civismo en mi vida. Mi corazón late a ritmo de Jazz. Tras cuatro copas de vodka de garrafón y 15 negativas de otras tantas mujeres el destino me sonríe en forma de rubia desinhibida y borracha. Me dice que se llama Vanessa, que tiene miedo de no sobrevivir a este día y que está sedienta de sexo. Automáticamente el soldadito iza la bandera y pregona "Aquí estoy yo" a los cuatro vientos. Las siguientes horas son confusas...

Jueves, 10 de septiembre. Madrid despierta asolada. Las máquinas quitanieves se dedican a quitar de las calles los preservativos y los restos de los botellones celebrados en honor a Lucifer y al último día en la Tierra. Los coches, las tiendas de la Milla de Oro, los Ahorramás, todos han sido saqueados. Dentro de la tienda de Hugo Boss un yonqui se está follando un maniquí. Los presentadores de la tele tienen todos los ojos rojos, barba y aliento a whisky. Tanta espectación... para nada. Satán mandó un comunicado lamentando su ausencia en los actos de ayer aduciendo un grave problema familiar, pero prometiendo volver no más tarde de 2012, como apunta una profecía azteca. Despierto rodeado de los brazos de un ser peludo que dista mucho de ser la Vanessa que conocí horas antes. Curioseo su DNI, en él aparece el nombre de Fermín Jiménez. Indignado procedo a despertarla... despertarlo... lo que sea. Me jura y perjura, con voz de camionero, que ése no es su DNI, que en realidad se llama Vanessa y que necesita unas cuchillas de afeitar urgentemente. No sé qué creer, aún me dura el ciego de anoche y hasta dudo de si estoy en mi casa, en un hospital o en una estación de autobuses.

El sol me deja completamente cegado, la cabeza me duele horrores. Miro el reloj: las 3 de la tarde! Y el examen es a las 4! Bueno, pues voy. Total: la alternativa es discutir con una persona acerca de si se llama Fermín o Vanessa. Y no me apetece absolutamente nada averiguarlo.

Son las 4. También los profesores tienen mala cara. Se reparte el primer ejercicio. Lo leo, lo releo... le doy la vuelta, vuelvo a leerlo... Descubro que anteriormente lo estaba leyendo en la posición correcta y decido volver a darle la vuelta. Muerdo un rato el bolígrafo, miro a mi alrededor y advierto que el menú del resto de la gente que hay a mi alrededor es igualmente pobre en proteínas. Se avecina un nuevo suspenso general. Un profesor impecablemente afeitado se acerca a mí, sonriente y me susurra algo así como "Vaya, parece que la de anoche no va a ser la última vez que te haya dado por culo esta semana" (no sé exactamente a qué vino semejante afirmación).

Dan las 9. Un escozor terrible atenaza la zona del recto de unos 70 alumnos. Se ha acabado el examen y las caras de estupor se suceden por doquier. Aún hay restos de botellas de Jack Daniels y profilácticos de Dúrex en el párking de la facultad. Abandonamos el lugar a toda prisa en dirección a ninguna parte. El transporte público aún no se ha restablecido tras los acontecimientos de anoche y la mayoría de carreteras de salida siguen cortadas. En el aula de exámenes resuenan unas eufóricas voces que pregonan el gran éxito que ha tenido la extensión del bulo del fin del mundo con el único objetivo de pillar a cuanta más gente mejor. Lo oigo todo desde fuera y en un acto de rabia prendo fuego a un coche... con tan mala suerte de que era el mío. Así que decido quemar unos cuantos más para que parezca obra de un pirómano y no de un gilipollas. No es 19 de marzo, pero mi mente decide que es San José y que las Fallas este año son en Ciudad Universitaria.

Hago autostop en la A-6 y logro que un camionero me acerque al precipicio más cercano... un terraplén de unos 80 cm. de altura. La espesa vegetación frustra mis débiles intentos de caer al vacío. Poco después decido intentar mi suicidio de una manera más efectiva, así pues me lanzo sin mirar a la calzada de la M-40. Resultado: en medio del atasco me doy de bruces contra un camión que está atascado en el km. 7. Me sangra la nariz pero la herida no es profunda y lograré sobrevivir. La velocidad de los coches apenas supera los 10 km/h, así es difícil provocarse la muerte. En un último intento cojo carrerilla y me tiro en plancha contra un Seat Ibiza. El atropello es espectacular, pero poco lesivo... excepto para la pobre anciana que iba al volante y que en ese instante sufrió un infarto, provocado, sin duda, por mi inesperada y brillante aparición.

Son las 12 de la mañana del día 11. Tras declarar ante el juez y alegar estrés postraumático y enajenación mental transitoria me ponen en libertad. Las cárceles están llenas de botelloneros y violadores del día 9 y no hay sitio para mí en Alcalá-Meco ni Soto del Real. La fianza es una declaración jurada de que seré un niño bueno lo que queda de semana. Pido, por favor, que me acerquen en coche a mi casa porque he perdido el abono transportes y no tengo un duro. Teniendo en cuenta el deplorable estado del país y que, de esa manera, el Cabo Ramírez se libraba así de un ratito de papeleo (que enjaretó inmediatamente al primer pringao que encontró por allí), accedieron a mi petición. Aparezco en casa ganándome la bronca del respetable. Que qué horas son éstas de llegar, que si te crees que esto es un hostal, que qué es ese piercing en forma de limpiaparabrisas que tienes en el mentón y demás reproches pueblan la conversación a la hora de comer. Respondo con evasivas que solamente quiero ver a la Selección de basket tranquilamente. Pongo laSexta. España vuelve a pinchar. Normal, el árbitro celebraba cada canasta de Turquía al grito de "Alá es grande, los pecadores de occidente serán castigados!!". Al final 63-60, con canasta final de un señor de la grada que saltó al campo robándole la pelota a Gasol. Scariolo no daba crédito pero los árbitros decidieron que era el designio del Señor y que el resultado se quedaba así. Decido salir a cenar por ahí con los pocos amigos que me quedan en libertad condicional.

THE END.

Nota del autor: Esta historia es ficticia y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia... o eso creo...

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