lunes, 16 de marzo de 2009

War?

La tácita tregua reinante, impuesta por conveniencias y politiqueo barato; el frágil pacto de "no agresión" que imperaba entre los dos contendientes, estalló en mil pedazos, como estalla una sandía atravesada por una bala o una flecha. Solamente hizo falta que aflorasen los más bajos instintos de las clases dirigentes. Meses, años de rencor, reposando en barricas de roble, macerando a la sombra del odio y el miedo irracionales, dieron como producto una cosecha amarga y de digestión pesada.

Y ocurrió lo inevitable: lo irracional imperó sobre lo cabal, los abrazos y apretones de manos dieron paso sin previo aviso a miradas asesinas y cuellos rebanados con el dedo índice. La hostilidad se hizo dueña de todo el territorio nacional, a la concordia la asesinaron en el patio de atrás de un tiro en la nuca. Los gritos se imponían a cualquier otro sonido colindante y acallaban cualquier intento de encauzar la situación.

De las sonrisas Profidén y las palabras agradables se pasó a los reproches y a las reivindicaciones más estúpidas. De repente nadie quería ceder ni un ápice en sus demandas cuando poco atrás se vivía todo lo contrario. El Poderoso Caballero Don Dinero emergió de entre las tinieblas para terminar de convencer a la inepta nobleza de que la fuerza era el último recurso para defender lo que no se tenía (ni se tendrá).

El cielo ya no es azul, ahora está cubierto por fuego de mortero y el humo de los incendios sin sofocar, aunque no hay peor fuego que el del odio, ni peor mecha que la del rencor cocinado a fuego lento. Ya nadie va a trabajar, ni al cine, ni a los restaurantes; los niños no juegan en los parques; los museos se han quedado sin visitantes y las estatuas son testigos mudos de todo lo que acontece.

Y la Comunidad Internacional lamenta lo sucedido e impone castigos. Pero, ¿de qué sirven las sanciones si los que mandan siguen comiendo caliente, mientras que el pueblo mata por un mendrugo de pan? ¿Cómo fiarse de la ayuda que cae del cielo, si del mismo también cae la muerte y la destrucción? Reina el caos, las ambulancias no paran de salir y apartar con su sirena un tráfico que ya no existe. La tele sólo emite la carta de ajuste, interferencias y publicidad gratuita del burócrata de turno.

Y yo, postrado en mi trinchera, observador neutral, abandonado a mi suerte en la frontera, abatido no se sabe muy bien si por fuego amigo o enemigo, esperando a que todo acabe, suplicando por ver un nuevo amanecer y, puestos a pedir, sin el ruido de las bombas de fondo. Porque lo que hoy es azul mañana es negro y pasado vuelve la claridad. Porque todas las rachas acaban y vuelven a empezar. Porque la esperanza es lo último que debe abandonar el barco. Y porque los clavos ardiendo son una sujeción tan buena como cualquier otra.

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Now playing: Chevelle - Paint The Seconds
via FoxyTunes

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y porque los clavos ardiendo son una sujección tan buena como cualquier otra y porque después de la tempestad siempre llega la calma de una u otra manera.
Tesis, antítesis, síntesis y todas esas fuerzas que mueven el mundo, ya sabes...

Semper Fidelis dijo...

El Ying y el Yang, el Barça y el Madrid, McLaren y Ferrari, gasolina y diésel, Zipi y Zape... Creo que me estoy liando... De qué iba esto?